
En su breve ensayo llamado Anatomía del estado, Rothbard nos muestra como surge el estado, como se perpetúa, sus miedos y sus ambiciones.
No me voy a parar en torno a como surge el estado, pues ya he publicado varias veces sobre ese tema y sería estéril repetirlo.
Quiero enfocarme en como se legitima.

Javier Santaolalla, científico, recibe la Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio
La fuerza sola no basta
La fuerza sola no vale. A largo plazo no puedes estar gobernando a palos, eso es muy costoso. Un gobierno, sea o no democrático, debe tener un apoyo mayoritario entre sus súbditos.
La principal tarea de los gobernantes es siempre asegurar la aceptación activa o resignada de la mayoría de los ciudadanos
Hoy vemos cómo el Estado crea rehenes a través del sistema de pensiones y la burocracia. Gracias a esto, mantiene a una gran parte de la población literalmente dependiente del Estado, sin importar el partido que gobierne.
Para que os hagáis una idea, en españa se pagan actualmente más de 10 millones de pensiones y hay alrededor de 3 millones de funcionarios. Recordemos que la población total ronda los 50 millones de habitantes.
Genial, pero en total eso significa que unas 13 millones de personas dependen directamente del estado.
¿Y los otros 37 millones? Son casi el triple… ¿por qué no se rebelan contra el Estado?
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El aparato ideológico del Estado
Esto es debido a que el estado se ha encargado de crear un aparato ideológico a través del cual justificarse a si mismo. Tiene que hacerle creer a sus súbditos que es bueno, sabio, inevitable y mejor que cualquiera de las otras alternativas posibles.
Aquí es donde entran los intelectuales. Estos son los encargados de promover dicha ideología. La mayoría de la gente no se forma una opinión por su cuenta, sino que escucha lo que dicen los creadores de opinión, los que van a las televisiones, a las radios, dan conferencias…

La alianza entre el Estado y los intelectuales fue simbolizada por el deseo ansioso de profesores de la Universidad de Berlín durante el siglo XIX de formar la “guardia intelectual de la Casa de Hohenzollern”.
Sabemos además que la profesión de historiador oficial o de la corte siempre ha sido un instrumento poderoso a manos del gobernante.
La unión de la iglesia y el estado fue una de las más antiguas y exitosas de estos instrumentos ideológicos. El gobernante o era bendecido por Dios o él mismo era Dios; por lo tanto, cualquier resistencia a su dominio sería blasfemia. Los sacerdotes estatales realizaban la labor intelectual básica de obtener el apoyo popular e incluso la adoración de los gobernantes.

El nuevo dios: la Ciencia
Actualmente el derecho divino del Estado ha sido reemplazado por la invocación de un nuevo dios: la Ciencia. Se proclama ahora que el gobierno del Estado es ultracientífico, al constituir planificación por expertos.
El uso cada vez más extendido de una jerga “científica” ha permitido a los intelectuales del Estado construir justificaciones complejas y oscuras que, en tiempos más sencillos, habrían sido motivo de burla por parte de cualquier persona con sentido común.

Si un ladrón intentara excusar sus robos alegando que, en realidad, beneficia a sus víctimas porque sus gastos estimulan el comercio local, pocos tomarían en serio semejante argumento. Sin embargo, cuando esa misma idea se reviste con fórmulas keynesianas y referencias al famoso “efecto multiplicador”, de pronto adquiere una apariencia respetable y técnica.
En la actualidad el asalto al sentido común se disfraza detrás de ciencia (o cientificismo).
Tras esta introducción sobre el rol de los intelectuales de corte, volveremos próximamente señalando algunas figuras que vendrían a ser estos intelectuales de corte en la actualidad.
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