Supongo que muchos ya sabréis que el contrato social es un engañabobos, una trola enorme que solo se puede creer la gente que ha sido duramente adoctrinada por el sistema de escolarización obligatoria. Es una tesis endeble que actualmente se sigue enseñando en las universidades, aunque en la academia va mutando de forma. En la actualidad topamos con tesis contractualistas como la de John Rawls e incluso Robert Nozick, a través de lo cual siempre se justifica un estado (aunque sea pequeñito como el de Nozick).

Hoy quiero hablaros de dónde surge esta idea y por qué, pese a su falsedad, ha logrado imponerse durante siglos.

A lo largo de la historia, los intelectuales han servido al gobernante. A cambio de prestigio y riqueza, han puesto su pluma al servicio de justificar el poder. Si en la Edad Media los reyes decían descender de Dios, los Estados modernos dicen nacer de un contrato.

¿Pero qué hay de cierto en esto?

No voy a tocar aquí la espléndida crítica a la constitución que hace Lysander Spooner en Sin traición. Sino que me voy a remitir a un artículo que conocí gracias a la bibliografía aportada por el profesor Bastos, este artículo es El mito del contrato social y está escrito por Francisco Puy Muñoz. Puy fue catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Santiago de Compostela.

Orígenes teológicos del mito

Nos cuenta que en lo referente a las teorías contractualistas tenemos los occidentales un precedente oriental, y es la idea de la alianza entre el pueblo de Israel y Yahvé, su Dios. Y esto es algo central que no puede pasarse por alto puesto que nos haría no llegar a entender la problemática del contractualismo. Ello es debido a que

es, precisamente, este origen en un dato dogmático revelado, lo que ha proporcionado a la doctrina contractualista su inevitable carácter de herejía religiosa.

La apoteosis de Homero, obra de Jean Auguste Dominique Ingres, 1827

De modo que se saca la idea de su contexto y se convierte en un disparate. El contractualismo ha convertido una verdad teológica en un error teológico por aislamiento y exageración.

De los sofistas a Rousseau

En cuanto a las raíces del contractualismo tenemos en el occidente precristiano a sofistas y socráticos menores. Pero desde que Platón y Aristóteles criticaron el contractualismo político, sus representantes fueron durante muchos siglos casos aislados.

Recobró fuerzas en la baja edad media. Se trata de una línea que arranca con San Buenaventura y Juan Duns Scoto, y que se va exagerando y radicalizando a través de las obras de Marsilio de Padua, Nicolás Maquiavelo… quienes ponen las bases de la amplia posición contractualista de Juan Bodino. Esta línea recibió sus mayores alientos del impulso que le prestó la revolución protestante iniciada por Martín Lutero y Juan Calvino.

La edad de oro del contractualismo se dio entre los siglos XVII y XVIII con Tomás Hobbes, Hugo Grocio, Benito Spinoza, Juan Locke, David Hume y Samuel Pufendorf.

Rousseau

Pero el golpe de gracia lo asentaron los enciclopedistas e ilustrados del XVIII, quienes elevaron la idea, de error más o menos ingenuo, a mito político virulento, sacándola del lugar periférico que había ocupado al primer plano del sistema ideológico. Este es el momento en que uno de los libros más famosos de la europea contemporánea pone en su mismo título la fórmula mágica, garantizándole el éxito del mito. Y es, como todos sabéis, El contrato social, publicado en 1762 por Rousseau.

Fue un influyente libro que sentó las bases del contractualismo y se dio en la práctica con el modelo de Constitución de los Estados Unidos de America en 1787, con el "Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos ... promulgamos y establecemos esta constitución”.

Este modelo fue además apoyado por intelectuales de la talla de Kant y Fichte. Posteriormente también recibió la consagración forzada por parte de la revolución francesa y de los ejércitos napoleónicos.

El mito y su fuerza

Entrando ya en el grueso de la cuestión, el mito radica en que la hipótesis fundamental de que haya existido un hombre presocial es falsa. No ha existido nunca un hombre aislado. Es falso tanto el salvaje bueno de Rousseau como el que fueran implacables enemigos según Hobbes.

Este mito tiene su éxito debido a que mezcla los errores con hechos reales. Pues en las sociedades siempre hay momentos contractuales (más o menos explícitos) como pueden ser la familia, asociaciones profesionales, grupos…

‘El contrato social’ de Rousseau

El convencionalismo es un mito porque es una doctrina retórica, fantástica, imaginativa, dotada de una gran aptitud sofística para entusiasmar estéticamente, vitalmente, políticamente a las masas. El convencionalismo cumple perfectamente la función sociológica del mito histórico-político al haber sido capaz de autoimponerse como valor prejudicial de pseudo-tradición y como catapulta psicológica de pseudo-progreso.

¿Pero cómo es que con tantos errores se pudo imponer esta falsa doctrina?

La respuesta a esta pregunta se la podemos adjudicar a los intelectuales de corte.

La teoría del contrato social ha tenido a su servicio algunas de las más brillantes bocas y plumas literarias de la historia de la humanidad: Gorgias, Trasímaco, Licofrón, Epicuro, Lucrecio, Ockam, Lutero, y, sobre todo, Rousseau y Kant.

En la edad contemporánea, el contractualismo ha contado con el apoyo sistemático de la propaganda política de las grandes potencias económicas, como Francia, Inglaterra, Norteamérica.

Y ahora, en lo referente a la sociabilidad del hombre, tenemos que destacar que el hombre no es social o insocial como pueda ser rubio o moreno, alto o bajo. Es social porque no tiene más remedio que serlo. Decir hombre insocial es formular una contradicción de términos, como pudiera ser decir círculo cuadrado.

Los hombres necesitamos originarnos de la unión entre dos personas; tenemos que desarrollarnos, durante un relativamente muy largo período de tiempo (infancia y juventud), con la ayuda de otras personas, cuya falta nos conduciría inevitablemente a la muerte; y aun cuando hemos logrado alcanzar el estado de adultos, todavía seguimos necesitando de la continua cooperación y ayuda de otros seres humanos para resolver simplemente casi siempre, y aun a veces para poder resolver en absoluto, el problema de atender nuestras innumerables necesidades de bienes materiales o culturales en general.

El hecho permanente y constante de que, en medio de todas las variaciones, los hombres han vivido siempre conviviendo con otros, lo prueba.

¿Quiere lo anterior decir que todo lo que afirma el contractualismo es falso?

Puy nos termina diciendo que no. Aunque si bien es cierto que hay muchos aspectos contractuales en el desarrollo de las sociedades, lo que no reconoce el contractualismo es la naturabilidad de la sociabilidad. Defendido por autores como Platón y Aristóteles, Cicerón y San Agustín, Santo Tomás y Dante, Vitoria y Soto, Suárez, Leibniz, Vico…

El fallo radical del contractualismo no consiste tanto en lo que afirma como en lo que niega. Lo que significa que la tesis contractualista es parcial e incompleta, constituyendo solamente una parte de la completa y total explicación del fenómeno social

Puy le da un enfoque herético al contrato social:

De la idea del pacto entre Yahvé e Israel se ha acabado afirmando un pacto entre hombres, que niega a Dios el ser la causa de la sociedad.

Este error es tanto más lastimoso cuanto que, por ser error sobre el origen, provoca de rechazo el error sobre el fin. Quien pone en manos del hombre el origen de la sociedad acaba por poner también en manos del hombre el destino final de la sociedad: esto es, de todos y cada uno de los hombres.

El contractualismo enseña así, sin querer, las escondidas uñas de una terrible zarpa. Lejos de ser instrumento de libertad, como engañosamente lo representara Rousseau, es de verdad germen de todas las tiranías, y en especial de las más perversas: de las masivas e de las ciegas mayorías aritméticas.

En definitiva, el contrato social nunca existió como pacto real. Es un mito político poderoso, usado una y otra vez para justificar al Estado y disfrazar de libertad lo que en realidad es dominación.

Una pregunta al lector, ¿aun crees en el contrato social?

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¡Espero que te haya gustado el artículo y nos vemos en la próxima reflexión!

Si quieres seguir desmitificando las grandes mentiras políticas que nos repiten desde la escuela comparte este artículo. Cuantos más seamos, menos poder tendrán los mitos que sostienen al Estado.

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